miércoles, 25 de febrero de 2009

Los loros

Los loros son unos animales ciertamente curiosos. Alejados de su hábitat natural, puedes dejar la jaula abierta. Ellos saldrán, se pasearán, se pavonearán e incluso puede que tengan la sensación de libertad; después de todo, salen de la jaula. Ah, pero llegado el momento la libertad pierde encanto comparada con la jaula, ya que en libertad tú eres responsable de lo que haces y la jaula te evita eso. Como pueden salir de la jaula y además les dan de comer puede que incluso, de alguna forma, se imaginen estar al control de la situación. Además pueden vanagloriarse de “hablar” (cuando grazna, o como rayos se llamen los chillidos de un loro) con libertad con la seguridad de que su dueño no lo entenderá. Pero un loro no es más que, evidentemente, un loro.

Para el dueño del loro es ciertamente satisfactorio: el loro se puede imaginar libre y con el control y éste, debidamente entrenado, repite todo lo que el dueño le enseña. Cuando hay más de un loro la cosa es ciertamente espectacular. Imagina tener a tres loros debidamente entrenados que dejas junto a las ventanas de tu casa: incluso cuando no estás repiten lo que deseas y sin duda algunos transeúntes se maravillarán con la escena. Si alguno se atreve a no gustar del espectáculo, los loros siempre pueden emitir sus graznidos y batirse en retirada a la seguridad de sus jaulas, ignorando completamente su falta de libertad. Y la repitición comenzará de nuevo, esta vez en su clausura, para darles en su solitud a sus palabras la seguridad de la que carecen.

El dueño de los loros también es digno de atención. Sin duda la repetición de sus palabras le produce también seguridad: no importa lo que diga, sus fieles loros lo repetirán sin cuestionarlo. De hecho, para este tipo de dueño esto es esencial, pues puede vivir a su vez en un mundo imaginario en el que, como hemos mencionado, la repetición da valor a sus palabras aunque estas no lo tengan. Este tipo de dueños jamás se arriesgará a tener amigos de verdad ya que corre el riesgo de que sus palabras no sean repetidas con fidelidad, o incluso (¡sacrilegio!) podría ser puesto en cuestión.

El dueño está tan enjaulado como los loros: en ausencia de estos quizás podría, horror de los horrores, verse enfrentado al mundo real. Y siempre habrá alguien a quien el espectáculo de los tres loros a coro le haga gracia. Puede que algunos incluso se unan al coro, pues la pertenencia a un grupo produce seguridad y un colectivo con aficiones comunes hace aumentar la autoestima. Pero siempre, tarde o temprano, alguien cae en la cuenta de la monotonía del sistema cuando la exposición al mismo es continuada. Pese a todo, no hay que desestimar a la ligera el poder de entretenimiento que ello produce a los observadores, que puede llegar a encandilarlos si no están acostumbrados a pensar por sí mismos con objetividad.

Si en cambio estáis interesados en los psitácidos podéis aprender más sobre ellos en la Wikipedia, o si nunca habéis estado en las Islas Canarias siempre podéis viajar allí unos días (cosa que recomiendo, las islas tienen parajes ciertamente hermosos y sus gentes suelen ser muy agradables y acogedoras) y utilizarlo como excusa para visitar el Loro Parque.

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